Filósofos andaluces
Autor del texto: Antonio Rodríguez Almodóvar, escrito en mayo de 2004.
Tres coincidencias han puesto de actualidad a tres filósofos andaluces de primera fila: Manuel García Morente (de Arjonilla, Jaén, 1886), por la reciente edición de sus obras en cuatro densos volúmenes; María Zambrano (de Vélez-Málaga, 1904), por su centenario; Adolfo Sánchez Vázquez (de Algeciras, 1915), por su nueva recopilación de textos en El valor del socialismo. Tres formas de ver el mundo bien distintas, aunque las tres afectadas casi de la misma manera -exilio, soledad, incomprensión- por la catástrofe de la Guerra Civil.
Cuando yo llegué a Madrid en 1962 para estudiar Filosofía Pura, no había el menor rastro de los dos últimos. Sólo unos años más tarde, Aranguren se acordaría de la malagueña trasterrada. De Sánchez Vázquez, «el comunista», no supimos hasta mucho después. García Morente, en cambio, era ya reivindicado por el Opus, con el propósito de desprestigiar a Ortega. Pero los tres, de un modo u otro, procedían del autor de La rebelión de las masas. Morente abandonó el idealismo trascendental neokantiano y ateo para abrazar la razón vital orteguiana. Luego se hizo sacerdote, tras un curioso episodio de conversión fulminante y cuando a punto estaba de suicidarse en París. Zambrano llevó los postulados del maestro a la razón poética. Más tarde evolucionó hacia una forma muy particular de misticismo heterodoxo. Sánchez Vázquez simplemente renegó de todo elitismo más o menos contemplativo, para entregarse a la nueva utopía del marxismo transformador del mundo. Los tres han sido maltratados y casi devorados por el tiempo. Pero no es tarde para reconocerles el valor histórico, aparte del valor moral. Y lo que aún puedan enseñarnos, a partir de cómo se enfrentaron a la idea entonces dominante de que Dios, o bien había muerto (Nietzsche), o guardaba un irritante silencio (Unamuno). Por ejemplo, la obsesión común por el problema de la libertad individual, frente a la Providencia, al estoicismo del pueblo, a la economía, respectivamente. En el caso de la malagueña, también el concepto de «democracia económica», que ahora propugna Saramago. Qué extrañas vueltas y revueltas.
Pero, además de la filosofía, interesa el ángulo generacional y geográfico. ¿Fue casualidad, o había algo en Andalucía capaz de producir esos ejemplares en tiempos tan difíciles? ¿Cómo circulaba la savia intelectual por donde cundía el analfabetismo? No mucho más atrás habían surgido otras promociones de pensadores del más alto nivel, como la saga de los Machado -en particular el último, Antonio, cuya aportación filosófica está todavía por reivindicar, y que fue de mucha influencia en María Zambrano- o la figura de Giner de los Ríos, en Ronda. De Ronda era también Fernando de los Ríos, cuya tesis versó sobre el pensamiento político en Platón. (Un dato curioso: el defensor a ultranza del socialismo democrático hizo el bachillerato en Córdoba junto a Ortega y Gasset). Demasiadas casualidades para medio siglo de excelencia filosófica, de aprendizajes cruzados, aunque no dejaran ni el más leve vestigio. Ni escuelas, ni seguidores. Nada. La pregunta es obligada, y da vértigo: ¿Dónde están los filósofos andaluces de hoy? ¿Qué nos va a dejar la endogámica Universidad de la democracia?
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Una teoría de Andalucía, de José Ortega y Gasset (filósofo del siglo XX, nacido en Madrid y criado en Málaga), de su obra -coescrita con la malagueña María Zambrano- Andalucía, sueño y realidad.
Durante todo el siglo XIX, España ha vivido sometida a la influencia hegemónica de Andalucía. Empieza aquella centuria con las Cortes de Cádiz; termina con el asesinato de Cánovas del Castillo, malagueño, y la exaltación de Silvela, no menos malagueño. Las ideas dominantes son de acento andaluz. Se pinta Andalucía. Se lee a los escritores meridionales. (…) España entera siente justificada su existencia por el honor de incluir en sus flancos el trozo andaluz del planeta. (…)
Lo admirable, lo misterioso, lo profundo de Andalucía está más allá de esa farsa multicolor que sus habitantes ponen ante los ojos de los turistas. (…) es una de las razas que mejor se conocen y saben a sí mismas. Tal vez no hay otra cosa que posea una conciencia tan clara de propio carácter y estilo. Merced a ello es fácil mantenerse invariablemente dentro de su perfil milenario, fiel a su destino, cultivando su exclusiva cultura.
Uno de los datos imprescindibles para entender el alma andaluza es el de su vejez. No se olvide, es, por ventura, el pueblo más viejo del mediterráneo. (…)
Andalucía, que no ha mostrado nunca pujos ni petulancias de particularismo; que no ha pretendido nunca ser un Estado aparte, es, de todas las regiones españolas, la que posee una cultura más radicalmente suya. Entendamos por cultura lo que es más directo: un sistema de actitudes ante la vida que tenga sentido, coherencia y eficacia. La vida es primeramente un conjunto de problemas esenciales a que el hombre responde con un conjunto de soluciones: la cultura.
(…) en Andalucía se ha despreciado siempre al guerrero y se ha estimado sobre todo al villano (…)
Consecuencia de este desdén a la guerra es que Andalucía haya intervenido tan poco en la historia cruenta del mundo. El hecho es tan radical, tan continuado, que de puro evidente no se ha subrayado nunca. ¿Qué papel ha sido el de Andalucía en este orden de la historia?
(…)
Andalucía ha caído en poder de todos los violentos mediterráneos, y siempre en veinticuatro horas, por decirlo así, sin ensayar siquiera la resistencia. Su táctica fue ceder y ser blanda. De este modo acabó siempre por embriagar con su delicia el áspero ímpetu del invasor. El olivo bético es símbolo de la paz como norma y principio de cultura.
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Son muchos los nombres del pensamiento andaluz a lo largo de la historia: Ibn Gabirol, Séneca, Maimónides, Averroes, Fernán Pérez de Oliva, Sebastián Fox Morcillo, Francisco Suarez, Ángel Ganivet, Francisco Giner de los Ríos, María Zambrano… Una historia que no murió con ellos sino que sigue reflejándose en cada andaluz que se abre al camino del conocimiento, que ha llegado hasta la creación de la AAFI (Asociación Andaluza de Filosofía), y que se extiende a través de todos los que nos dedicamos a transmitir nuestro amor por el pensamiento crítico y el saber.
Así que sí, Andalucía es tierra de pensamiento. Sólo hay que volver a despertarlo.
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