¿Puede la filosofía servir de vínculo a la humanidad? ¿Puede ser la filosofía una invitación de la globalización a crear una “sociedad simbiosis” y “promover la empatía”?
Lou Marinoff y Daisaku Ikeda creen que sí y esa idea es la que expresan en el breve pero muy interesante diálogo El filósofo interior. Conversaciones sobre el poder transformador de la filosofía.

Mi personal naturaleza hace que cada libro que leo quede marcado pero, en este caso, es el propio prólogo del libro el que invita a la lectura con un lápiz en la mano para que lo anotado y subrayado pase a formar parte del diálogo entre Marinoff e Ikeda y poder volver a él cada vez que sea necesario.
La idea es cambiar el mundo no desde el mundo sino desde las transformación del yo. Justo lo que en común tienen el budismo de Ikeda y la filosofía de Marinoff.
El libro está compuesto por 16 conversaciones de temática diferente que siempre convergen hacia una misma idea que hilvana todo el diálogo: ¿puede la filosofía transformar el mundo tal y como lo conocemos?
La respuesta desde oriente y occidente ante esto es SÍ, si consideramos la filosofía como “practicar maneras de vivir sabiamente”. En este punto del diálogo entra la conocida distinción kantiana: no es lo mismo saber filosofía que filosofar; ya que quizás no todos sepamos de filosofía pero sí podemos filosofar. Todos podemos amar el saber y perseguirlo porque lo importante es reflexionar, pensar e incentivar el pensamiento y la curiosidad.
Pero, ¿cómo empezar a cambiar el mundo desde el yo? Marinoff nos remite a Aristóteles: “Si cada hombre es en cierta manera responsable de su estado mental, también será en cierta manera responsable de la apariencia de las cosas” porque, recordemos, los hábitos virtuosos de pensamiento conducen a una mente más alegre y conexiona con la defensa del budismo que hace Ikeda.
La siguiente idea que ambos proponen es la vuelta a la naturaleza, a nuestra naturaleza, enfrentarnos al nacimiento y la muerte, volverlos a nuestro día a día, saber que están ahí y no apartarlos de nuestras construcciones sociales como si viniéramos de la nada y la muerte no existiera. Ser plenamente conscientes de lo que somos y del tiempo que tenemos. Redescubrir el significado de la vida.
“La filosofía debe traducirse en una sabiduría que ilumine el sentido de la vida y que despierte en el sujeto el poder de vivir bien. Debe alentar a las personas que sufren, ayudarlas a armarse de fortaleza interior para resolver las dificultades y problemas de la vida real. Esa es la demanda más acuciante que se observa en la sociedad actual”. (Daisaku Ikeda)
“…es absolutamente vital educar a los niños en la ética, la autoestima moral y la consideración por los demás. Sin embargo, este deber fundamental se ha descuidado durante décadas, con terribles consecuencias” (Lou Marinoff)
¿Y cuál es la raíz del problema? ¿Qué hemos hecho o dejado de hacer para que esto ocurra? La raíz del problema es la disolución de los lazos emocionales. El olvido de que la sociedad es el caldo de cultivo de los individuos, el olvido de que todos somos una gran familia, el olvido del hecho de que la tribu educa.
“Vana es la palabra del filósofo que no cura ningún padecimiento del hombre. Pues así como de nada sirve la medicina sino expulsa las enfermedades del cuerpo, tampoco hay provecho alguno en la filosofía si no expulsa el sufrimiento de la mente” (Epicuro)
No hay mentes y cuerpos sanos si no hay sociedades sanas. ¿Qué es vivir sanamente? Para Ikeda y Marinoff la salud social está en nuestra capacidad de mantener la serenidad y manifestar la benevolencia, buscar una actitud mental apropiada porque “el que enciende una antorcha para iluminar a otros, también alumbra su propio camino”. Para ello todos y cada uno de nosotros debemos también recuperar el poder vivir creativamente, ¿dónde hemos dejado la imaginación y el soñar? ¿Dónde está nuestro poder original de transformación del mundo? ¿Cuándo lo perdimos?
Ikeda y Marinoff recuperan en este punto a Sócrates. Es necesario el diálogo como vía de curación, el diálogo como poder activo para, a su vez, activar la fuerza de curación de la sociedad y de las personas que la conforman. No olvidemos que
“Si tenemos dos orejas y una sola boca es para que escuchemos más y hablemos menos” (Zenón)
El diálogo nos ayuda además a cultivar el “sano escepticismo de la duda”, a no creer cada cosa que nos enseñan como si fuese la única perspectiva que hay que conocer porque el diálogo abre horizontes, enfrenta posiciones, enciende luces,… libera.
Pero la deshumanización lo está invadiendo todo, nos aleja del diálogo, del arte, de la música; aunque ambos autores reconocen también el hecho de que en grandes momentos de crisis nacen nuevas formas de belleza, formas que cada generación tienen que renovar. De momentos de crisis, de momentos de deshumanización nacieron el Tao te king, La República, La ciudad de Dios, el Leviatán, La peste, Reflexiones sobre la verdad,…
Se hace necesario un nuevo ciclo, es un hecho. Marinoff e Ikeda tocan también lo que ellos consideran un punto esencial: el papel de la mujer en este nuevo ciclo.
Según ellos la esencia de la naturaleza humana es también la esencia de la felicidad y del dolor humanos y estos comparten común denominador en todo el mundo, en cualquier cultura, y en ese campo “las mujeres son las grandes civilizadoras de la humanidad” por naturaleza y por los roles impuestos a lo largo de la historia.
Llegados a este punto aclarar que no estoy de acuerdo con todas las ideas expuestas por Ikeda y Marinoff aunque comparto palabra a palabra la necesidad de aceptar que la humanidad está en un nuevo ciclo y que tenemos que aceptar que esa es la naturaleza de la realidad: el cambio, que la propuesta de “actuar por la felicidad propia y ajena al mismo tiempo” es simple. “Como un guijarro lanzado a una charca, cuyas olas se propagan en todas direcciones, cada persona ejerce un efecto ondulatorio en su entorno inmediato, que a su vez se propaga a través del nexo social”. El cambio es simple, dejar el apego a las diferencias y observar nuestras semejanzas.
¿Podremos?

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