…nadie puede crecer en libertad y vivir en plenitud sin sentirse comprendido al menos por una persona…
Paul Tournier, psiquiatra y escritor.

Día a día compartimos decenas de cosas insustanciales, pero no es lo único que tenemos que comunicar «tú puedes decirme quién eres tú, del mismo modo que yo puedo decirte quién soy yo».
Pero ser persona no es algo estático, sino un proceso dinámico. Hoy no soy el de ayer y mañana no seré el de hoy. A pesar de admitir todo esto, la mayoría de las veces nos da miedo decir quiénes somos. Pero, ¿por qué?.
«Temo decirte quién soy, porque, si yo te digo quién soy, puede que no te guste cómo soy, y eso es todo lo que tengo»
Pero este miedo nos impide avanzar, y por tanto lograr felicidad e incluso amor.
La identidad real es algo que casi siempre llevamos bajo una máscara y no debemos extrañarnos porque es un reflejo natural; es parte de la condición humana. Aunque creamos que llega un momento de estabilidad total, esa creencia es falsa, o al menos no del todo verdadera ya que «nuestros estados del ego» fluctúan constantemente en función de las circunstancias.
Lo que somos se va forjando a través de la «programación» social e individual. El ser humano, plenamente humano, se libera gradualmente de su programación y se convierte en dueño de su vida, en actor de su obra.
En ocasiones recurrimos, para relacionarnos con los demás diversos «juegos», es decir, maniobras, escudos, que llevamos cuando salimos a participar de la lucha de la vida. El problema de la supervivencia del yo a partir de este juego es la perdida del autoconocimiento y de la relación sincera con los demás.
Nos movemos en un constante cúmulo de «juegos», de relaciones controladas por los «escudos». «No es fácil ser honrado consigo mismo porque para ello hay que permitir que las emociones reprimidas puedan ser reconocidas como tales, y ello, a su vez, exige relatar dichas emociones a las demás».
El libro que tenemos entre manos analiza todos los roles que podemos tener para «ocultar nuestra condición»: el egocéntrico, el frágil, el payaso, el fanfarr´pn, el hedonista, el intelectual, etc.
Pero el desvelamiento del ser-yo-mismo requiere sinceridad. Requiere de una aletheia que responde no solo a quién soy, sino quién quiero llegar a ser.
Maslow afirma que la persona plenamente humana mantiene un equilibrio entre interioridad y exterioridad. Ir de un extremo a otro es desequilibrio y falta de profundidad, pero como dijo Sócrates -o así escribe Platón en la Apología– «una vida sin reflexión no merece la pena ser vivida».
Esto requiere una auto-aceptación: sentirnos a gusto con el cuerpo, con los sentimientos y emociones (positivas y negativas), con los impulsos, los pensamiento y los deseos. Además debemos estar abiertos a nuevas sensaciones, pensamientos y deseos. Hay que aceptar el necesario cambio, el devenir -que diría Nietzsche-, porque lo que seremos es algo desconocido en lo que hay que adentrarse. El yo es siempre algo en potencia pero realista en sus limitaciones. Ese yo, ya lo hemos dicho, no necesita solo de la interioridad sino de la exterioridad, de estar-con-el-otro y ser-en-el-otro. Sufrir con los que sufren, alegrarse con los que están alegres… Empatizar, al fin y al cabo.
Martin Heidegger señala dos obstáculos que frenan este crecimiento del que hablamos, y en el que se centra la obra que comentamos: 1) contentarse con lo que hay y 2) la actividad desasosegada de quien busca algo más.
El resultado, elijamos uno o elijamos dos, es el enajenamiento. «En el amor debemos poseer y saborear lo que hay y, al mismo tiempo, aspirar a poseer (amar) más plenamente el bien. Este es el equilibrio conseguido por el ser plenamente humano entre «lo que hay» y «lo que está por llegar». En el amor, insiste Powell, el ser plenamente humano no se identifica con lo que ama.
El autor cita a Gabriel Marcel, Être et avoir, para recordarnos que nuestra civilización nos enseña a apoderarnos de las cosas cuando debería enseñarnos en el arte de desprendernos, porque no hay libertad real sin desposesion. En esta desposesión llegaremos al equilibrio, a la integración de la personalidad.
Si el hombre vive plenamente con todas sus facultades y armonizando sus fuerzas, la naturaleza humana demuestra ser constructiva; que es el destino del hombre: no la perfección, sino el crecimiento.
La persona plenamente humana es aquella que es ella misma que no se deja transformar por las circunstancias; pero la mayo parte de las veces somos como embarcaciones que se mueven por la acción del viento.
«La culpa, querido Bruto, no es de las estrellas, sino nuestra…»
Shakespeare, Julio César

Para ser persona auténtica tengo que ser libre y capaz de expresarte mis pensamientos, hacerte saber mis opiniones y mis valores, exponerte mis miedos y mis frustraciones, reconocer mis faltas, compartir mis éxitos,… Y para todo, ante todo, saber quién soy.
Tanto Marcel, como Martin Buber, recurren al concepto de «encuentro» para hablar de la situación en la que el «otro» deja de ser un ser impersonal para convertirse en tú, un tú que entra en mi realidad, circunstancias que se entrecruzan.
Donde existe el verdadero encuentro existe una apertura de yo a tú y del tú al yo, una apertura fuente de verdadera comunicación que es el único camino para la común-unión. Escribe Erich Fromm que no podemos amar a alguien sin amar más a todo el mundo.
Powell nos recuerda que la vida humana tiene leyes y que una esencial es: usar las cosas y amar a las personas, quien invierte el sentidos sentencia a la muerte a la felicidad y la realización humana. Cita también a Viktor Frankl y su El hombre en busca de sentido, comparando a aquellas personas que forjan su identidad con las personas de los campos de concentración que al ser liberadas tenían esa libertad y extrañaban el encierro y la soledad.
Powell establece cinco niveles de comunicación para ser nosotors-con-otros: en el nivel 5 está representado el más bajo nivel de autocomunicación, siendo en realidad la no-comunicación, las personas en este nivel se relacionan pero no comparten:
«Y en la desnuda noche vi
a diez mil personas, tal vez más,
que charlaban sin hablar,
que oían sin escuchar,
que escribían canciones
que ninguna voz cantaba.
Nadie se atrevía
a romper los sonidos del silencio»
Sounds of silence, Paul Simon
En el nivel 4 hablamos de otras personas para evitar hablar de nosotros. En el 3 comenzamos a mostrarnos pero intentando mostrar la parte que sabemos que al otro va a gustarle más. En el nivel 2 comienzo, con inseguridad, a mostrar mis sentimientos (gut-level), pero tememos que los demás no van a soportar nuestra sinceridad porque no es normal que nos comuniquemos con sinceridad, y nos vemos obligados a reprimirnos. En el nivel 1 la transparencia y sinceridad absolutas, emocional y personal. Y para ello, sobre todo, una buena comunicación alejada de la mentira. Hay que decir las cosas tal como son desde un primer momento; pero, ¡ojo!, eso no significa crear juicios sobre los demás.
Powell también hace hincapié en el hecho de que las emociones no son ni buenas ni malas, el verlas de una u otra forma está en nosotros y en nuestra idea de la represión de las emociones. En este punto es muy interesante la incursión, a partir de una observación de Chestertonhttps://es.wikipedia.org/wiki/Morris_West, en la reflexión sobre el miedo a los sentimientos. Pero si quiero que los demás sepan de nosotros, sepan quién somos, tenemos que reconocernos en nuestros sentimientos. Hay que elegir: verbalizar o somatizar. Buscar el equilibrio para ser.
Reúne Powell al final de la obra una interesante serie de reacciones saludables y no-saludables, en la comunicación humana, una serie de mecanismos explícitos del comportamiento (defensa del ego) y un curioso índice de roles con los que podemos sentirnos identificados.
¿Por qué temo decirte quién soy? es una de esas «pequeñas» obras que nos ayudan a mirar hacia dentro y vernos desde otra perspectiva, desde el ensimismamiento. Pero un ensimismamiento desde el que me re-conozco y me muestro, y muestro lo que soy hoy. Muestro mi potencialidad, porque mañana, mañana será otro día. Y yo, quizá, otro yo.
«Cuesta tanto llegar a ser plenamente humano
que son muy pocos los que poseen
el esclarecimiento o el valor necesarios
para pagar el precio requerido…
Para ello hay que abandonar totalmente
la búsqueda de seguridad
y asumir con los brazos abiertos el riesgo de vivir.
Hay que abrazar el mundo como un amante,
sin esperar una fácil retribución de ese amor.
Hay que aceptar el dolor
como condición de la existencia.
Hay que admitir la duda y la oscuridad
como precio del conocimiento.
Hay que tener una voluntad obstinada en e conflicto,
pero siempre dispuesta a la aceptación total
de todas las consecuencias de vivir y morir»
Las sandalias del pescador, Morris L. West
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