Con algunos retoques, retomo y publico en el blog un trabajo que escribí en 2002 para la facultad. Señalo la fecha de origen por los nombres que en se citan y las reflexiones que se hacen. Pueden parecer obsoletas, pero creo que la situación es, más o menos, la misma que vivimos ahora.

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El ser humano es el único ser, sin duda alguna, que llega a plantearse su vivir, su existencia como un problema. Como diría Aristóteles “un bípedo implume” que es ser social, que es pensante como señalo Descartes, que es Idea como nos mostró Platón, que es Realidad, Vida, Existencia, que lo es todo y que no es nada.
El ser humano es un cúmulo de diferentes caracteres, es un ser complicado y aun a veces absurdo como extraño. El ser humano es extraño, extraño para sí y para los demás.
¿Qué le lleva a plantearse su realidad de existente? Su extrañeza. Su vida se le hace extraña, el mundo se le hace extraño, el otro se le hace extraño e incluso “sí mismo” es un extraño. Es un ser inmerso en una vida que le es desconocida, una vida eterna en su finitud que le hace sentirse “extranjero” en su propio yo, que le hace sentirse un superviviente en la selva social.
“Si es verdad que los únicos paraísos son aquellos que se han perdido, sé cómo llamar a este algo tierno e inhumano que hoy me habita” (Camus, Albert: Entre sí y no, en Obras, Alianza, Madrid, 1996, tomo1, p 35).
¡Es tan difícil vivir!
Quizás es una afirmación un poco exagerada. Vivir no es difícil, lo difícil es sobrevivir. Un golpe no daña, pero los pequeños golpes del día a día consiguen erosionar la roca más dura, el espíritu más resistente…
“En los momentos más difíciles, cuando toda posibilidad parecía esfumarse, me invadió una certeza inamovible. La seguridad de que juntos lo podríamos lograr. Tenía que vivir y esto era lo más importante para mí” (Cit. en José Velasco Franco: Verdades sin dueño, San Pablo, Madrid, 1998, p 45).
Esta es la afirmación de uno de los supervivientes del famoso accidente aéreo ocurrido el 13 de octubre de 1972 en los Andes, cuando un equipo de rugby uruguayo viajaba hacia Chile. Lo más importante, lo que puede salvar una vida, depende muchas veces de lo seguro que uno se encuentre de un certeza. En el campo de la vida parece evidente la necesidad con apoyos firmes, también en el terreno filosófico.
Necesitamos una certeza. Necesitamos seguridad. Pero si el hombre es un ser capaz de enfrentarse con sus sombras por qué tiene estas necesidades que le hacen extraño a sí mismo…

“Iba paseando por la calle con dos amigos. El sol se ocultaba; el cielo se volvía rojo como la sangre, y yo sentí un soplo de viento. Me quede quieto, mortalmente cansado. Más allá el fiordo azul-negro y de la ciudad, había lenguas sangrientas y encendidas. Mis amigos continuaron; yo me quedé atrás, temblando de miedo, sintiendo el gran grito de la Naturaleza”, estas son las palabras de Munch sobre su obra. La Naturaleza nos grita y nosotros somos incapaces de enfrentarnos a ella, sólo no queda poder imitarla, poder gritarle a ella, gritarle que no le comprendemos, que no podemos enfrentarnos a sus acertijos, a sus sombras, a sus pruebas, que el ser humano es incapaz de relacionarse en plenitud con aquello a lo que pertenece, es incapaz de una integración plena con la naturaleza, es incapaz de una integración plena consigo mismo. El ser humano es incapaz de soportarse, es incapaz de escucharse por eso necesita de los demás.
“¿No se concilia acaso todo esto? La verdad desnuda. Una mujer a la que se abandona para ir al cine, un viejo al que ya no se le escucha, una muerte que no redime nada. Y, después, del otro lado, toda la luz del mundo. ¿Qué importa, si se acepta todo? Son tres destinos semejantes y sin embargo diferentes. La muerte para todos, pero a cada cual su muerte. Al fin y al cabo, el sol nos calienta, a pesar de todo, los huesos” (Camus, Albert: La ironía, en Obras, Alianza, Madrid, 1996, tomo 1, p 25).
“Tengo que encontrar una verdad que sea verdadera para mí… la idea por la que puedo vivir o morir”. Esta afirmación, de Sören Kierkegaard, encierra la idea, terrible, de que no se puede encontrar ninguna base objetiva, racional, para defender las decisiones morales. Todos los existencialistas han seguido al autor danés al resaltar la importancia de la acción individual apasionada al decidir sobre la moral y la verdad, el actuar según convicciones propias.
En la filosofía y la literatura españolas es Miguel de Unamuno quien desarrolló la concepción existencialista. Le atribuyó un significado especial a la idea de “donquijotismo”, según la cual cada hombre libra una lucha permanente (al igual que Don Quijote) por un ideal irreal. Cada existencia concreta comprende choques de categorías corrientes y sublimes, de pragmatismo y lucidez espiritual.
Se crea, a partir de esto, una dialéctica interna entre nosotros y nuestra enfermedad mortal, la desesperación por ser quienes queremos ser. Hay que perder la razón para ganar a Dios, dice Kierkegaard, y con ello, ganar un poco de espacio frente a la angustia.
La fe es creer, creer es dejar en manos de Dios. La fe abre un camino que se cree cierto y seguro, se abre un camino de fantasía en el cual se pierde toda la responsabilidad ante la angustia que nos oprime.
Aquí voy a tratar, de una forma muy libre, el segundo tipo de desesperación que Kierkegaard enuncia. Luchar contra uno mismo es una batalla perdida de antemano. Asumir lo que somos es una posible, la más factible, solución para el problema de la angustia. Kierkegaard nos ilustra la cuestión de la siguiente forma: imaginemos que yo quiero ser César, pero no lo soy, y eso crea en mí una gran angustia, no puedo ser lo que no soy, pero en este caso lo que no soy es aquello que quiero ser. ¿Qué hacer ante esto? ¿Cómo enfrentarnos a una realidad que no es nuestra? Aceptar que no somos aquello que queremos ser es un paso hacia el enfrentamiento con la desesperación. No soy César ni puedo serlo, tengo que aceptarlo o la angustia ante este hecho acabará con las pocas posibilidades que tenga de poder enfrentarme con la angustia.
El existencialismo es una actitud espiritual. Es la filosofía de nuestro tiempo porque es la filosofía de la crisis.
La crisis espiritual es producto de un proceso inmanente en la historia de la civilización humana. En esta crisis espiritual se procede a una liberación de autoridad, sea cual sea esta, en la cual la humanidad progresa. La crisis no es aquí igual a decadencia, es intento de superación, es evolución y progreso, es el replanteamiento de una realidad que comienza a fallar y que necesita una “revolución”.
El existencialismo lleva a la exasperación el motivo romántico de la personalidad humana como singularidad heroica y solitaria. El superhombre de Nietzsche abre camino al ser angustiado De Heidegger o la existencia encogida en sí misma de Jaspers. El hombre de la crisis se reconoce perdido. Ha perdido la grandeza de superhombre, pero al tiempo engrandece más y más por reconocer su confusión, su caída, su angustia, su desconcierto,…
En las obras de Camus vemos sociedades abocadas al nihilismo, tras la destrucción de sus valores y reflejan el trágico y absurdo vivir del hombre contemporáneo, reivindicando no obstante, la libertad, la justicia y la solidaridad. Se podría decir que en sus obras hay un tema central: el absurdo del vivir. Camus postula el mito de la conciencia individual, el hombre rebelde hará de su rebelión un deber de conciencia, donde de lo absurdo se sale con un desplazamiento hacia la vida de los otros. Hay una concepción trágica y absurda de la vida. Para Camus vivir es una decisión que se toma, si se nos impone se nos vuelve una problemática.
¿Cómo podemos vivir esa gloria que nos corresponde? Siendo sabios. El sabio es aquel que vive de lo que tiene sin especular sobre lo que no tiene, esos son los hombres sabio (El sabio sabe vivir en el mundo absurdo sin necesidad de Dios).
El sabio, como tal, tiene que ser creador. El sabio es ante todo, también, la persona que se atreve a pensar, es alguien que no teme enfrentarse al pensamiento, y pensar es, ante todo, querer crear un mundo. “Es a partir del desacuerdo fundamental que separa al hombre de su experiencia para encontrar un terreno de armonía conforme a su nostalgia, un universo encorsetado con razones o aclarado por analogías que permitan resolver el divorcio insoportable”. Lo que vale para la creación, considerada como una de las actitudes posibles para el hombre consciente de lo absurdo, vale para todos los estilos de vida que se le ofrecen.
El sabio no teme al ridículo. Estos son los personajes de Dostoievski, sabios que se interrogan sobre el sentido de la vida. Por esto todos los escritos del autor ruso plantean la cuestión con tal intensidad que no puede traer aparejadas sino soluciones extremas: “la existencia es engañosa y eterna” (Camus, Albert: El mito de Sísifo, en Obras, Alianza, Madrid, 1996, tomo 1, p 304).
El sabio es creador y crear es también dar una forma al destino propio.
Es Sísifo un ejemplo de sabio y de héroe absurdo. Es la imagen del obrero actual que trabaja sin fruto y sin esperanza. Es la imagen de la conciencia. Si Sísifo no tuviera conciencia no tendría problemas en su castigo sin esperanza, el mito es trágico sólo cuando el protagonista es consciente de su vida, de su condición, de su miserable condición… “La inmensa angustia es demasiado apremiante, sucede que la tristeza surge en el corazón del hombre: es la victoria de la roca, la roca misma. La inmensa angustia es demasiado pesada para poder sobrellevarla” (Idem op. cit.). Pero a pesar de todo Sísifo es dichoso, ha aceptado su tarea y se enfrenta a los dioses haciéndola suya, afirmando que la roca es suya y que suyo es el instante en el cual decidió someterse al castigo de los dioses. El esfuerzo, su esfuerzo le llena el corazón. “Hay que imaginarse a Sísifo dichoso” (Idem op. cit. Página 329). El destino de Sísifo le pertenece, le pertenece a él; convierte la roca en su destino y lo crea. La roca rueda gracias a él. El hombre del absurdo, cuando contempla su tormento, hace callar a todos sus ídolos.
“Los dioses habían condenado a Sísifo a subir sin cesar una roca hasta la cima de una montaña desde donde la piedra volvía a caer por su propio peso. Habían pensado con algún fundamento que no hay castigo más terrible que el trabajo inútil y sin esperanza”
Pero, ¿a qué viene esta reflexión? ¿Cómo podemos aplicarla a nuestra vida? Creo, ahora más que nunca, que van sobrando quijotes donde antes hacían falta. Unamuno no pensó en cuántos Alonso Quijano nacerían para enfrentarse a los gigantes que no son más que molinos de viento.
Últimamente estamos viendo caballeros andantes que no se conforman con vivir sus tranquilas vidas y se dedican a pinchar el molino del vecino, hablo claro está, de los personajes de más actualidad: George W. Busch, Sadam Hussein, Usama Bin Laden,… estos sólo por mencionar a los más actuales y los que han hecho que mis pensamientos echen mano de nuestro héroe castellano.
Ante la duda que pueda surgir con respecto al título escogido para esta pequeña reflexión me explicaré. En la novela de Tolkien, Sauron, señor de la tierra de Mordor, el Señor Oscuro, crea un anillo para mantener unidos todos los poderes del mundo bajo uno solo, el suyo; por ello cuando en la novela del autor irlandés encontramos el ya famoso pasaje sobre la leyenda del anillo:
“Tres anillos para los Reyes Elfos bajo el cielo.
Siete para los Señores Enanos en palacios de piedra.
Nueve para los Hombres Mortales condenados a morir.
Uno para el Señor Oscuro, sobre el trono oscuro
En la Tierra de Mordor donde se extienden las Sombras.
Un Anillo para gobernarlos a todos. Un Anillo para encontrarlos,
Un Anillo para atraerlos a todos y atarlos en las tinieblas
en la Tierra de Mordor donde se extienden las sombras”
No se puede negar el parecido que tiene el anillo tolkiano con el petróleo americano, para desgracia de J. R. R. Tolkien que no podría ni imaginarse el alcance actual de su novela. Porque podemos ver en la sombra de los pozos de petróleo iraquíes, o de cualquier otro lugar, el deseo de unión bajo esa misma ancha negra de todos los países occidentales unidos bajos el anillo americano.
Cuando al principio me refería a los existencialistas no era por mero rellenar papel, sino porque creo que sus reflexiones tiene mucho que ver con lo que está ocurriendo en la modernidad en las mentes de muchas personas. No nos atrevemos a ser quienes somos, o queremos ser lo que no somos, y así de perdidos andamos,… y como aquello de “de perdidos al río” está muy antiguo, hay políticos que han preferido “de perdidos a la guerra” que es mucho más políticamente correcto y beneficioso para la economía nacional, internacional e inter-occidental.
Cuando Kierkegaard anima a dejar todo en manos de Dios, el danés tampoco suponía que tantos locos podrían tomar tan en serio sus palabras como ahora lo están haciendo muchas personas que no creen en sí mismas y necesitan un pretexto metafísico para hacer los que les gustaría hacer sin motivos. En esto son más fieles a sí mismos los asesinos en serie estilo Jack, el destripador, que esos graciosos personajes que nos dicen que los muertos que llueven en las guerras son por nuestro bien, porque mientras más muertos halla en Iraq o en Camboya, menos habrá en España, Inglaterra, Polonia, EE.UU… y demás países organizados civilizadamente. ¡Porque claro está, no es lo mismo un occidental muerto que un palestino/iraquí/vietnamita/(colocar aquí la nacionalidad que se prefiera) muerto!
Cuando Don Quijote luchaba contra los gigantes, lo hacía porque esos molinos eran malvados gigantes, pero ¿dónde están esos molinos / gigantes contra los que luchan nuestros políticos? Si Alonso Quijano estaba loco, ¿podemos afirmar que nuestros actuales caballeros andantes también lo están? Por lo menos nuestro héroe castellano luchaba contra su propia locura, porque él no quería estar loco,… mientras que los actuales locos están orgullosos de serlo, porque no hay nada que esté más de moda que ser un loco con poder, ejército y bandera.
Para todo esto, decía anteriormente, hay que ser sabio. Porque el sabio construye. Pero no. Actualmente el sabio, el que tiene el poder de llegar a la gloria de saber quién es no construye, sino que destruye. DESTRUYE. Y lo hace porque no es capaz de construir, porque para construir tiene que compartir su grandeza, tiene que compartir su estrado, su minuto de gloria y eso no hay ser humano que lo resista.
… y si no que se lo pregunten a Golum, porque tampoco hay hobbit que lo resista.
31 de octubre de 2005
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