Publicado en Educación -general-, Filosofía en España

400 años que nos falta Don Miguel, Don Quijote sigue llorando

Aunque hoy es el cumpleaños de Kant, permitidme que le quite protagonismo al de Königsberg para dedicar la entrada de hoy a Miguel de Cervantes, nuestro escritor más universal y a quien tantas páginas dedicaron -más bien a su Quijote- nuestros filósofos patrios.

TPG108073 Portrait of Miguel de Cervantes y Saavedra (1547-1615) by Jauregui y Aguilar, Juan de (c.1566-1641); Private Collection; Spanish,  out of copyright

Si la historia de la literatura universal tiene dedicado un lugar privilegiado a la novela El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha y a su autor, Miguel de Cervantes, éste no gozó en vida del mismo prestigio. Muy al contrario, sus días fueron un cúmulo de sinsabores, aunque sin ellos, tal vez jamás hubiera escrito esas páginas inmortales, pues no hay que olvidar que Cervantes inició la primera parte de la novela a los 57 años de edad.

La influencia de esta obra se propagó rápidamente incluso más allá de nuestras fronteras. Llegó a tener cierta notoriedad en su época, hasta el punto de que un autor desconocido, encubierto bajo el pseudónimo de Avellaneda, escribió una segunda parte apócrifa. La Historia de la Literatura volvió a estar de suerte, porque este hecho animó a Cervantes a concluir una genial segunda parte del Quijote.

A lo largo de los siglos, la novela cervantina ha tenido también sus detractores. Se ha discutido en infinidad de ocasiones acerca de posibles fallos estructurales u de otras supuestas imperfecciones literarias, pero la grandeza de la historia y el valor humano de sus dos protagonistas, asentados en la conciencia popular de por vida, siempre han terminado imponiéndose a todo tipo de críticas.

cervantes

La vida de Cervantes merece la pena ser sopesada, con cierto detalle, antes de abordar el estudio de su obra, por tres razones principales: porque es, en sí misma, de un enorme interés para comprender los avatares internos y externos de un español inquieto de la época que pasa de un triunfante siglo XVI a los primeros síntomas de la decadencia del siglo XVII; porque toda su vida está especialmente ligada a su obra, ya que su teatro y su novela se basan en la experiencia de lugares y situaciones bien conocidos, volviendo una y otra vez a os mismos sitios; y porque las frustraciones que acarrea su vida van a condicionar una extraña cronología a la hora de publicar sus obras.

Nace en Alcalá de Henares (Madrid), probablemente el 29 de septiembre de 1547. Es hijo de un cirujano que, por motivos profesionales, tiene que ir de una ciudad a otra: Valladolid, vuelta a Alcalá, Córdoba, Sevilla y Madrid. Se sabe poco de la infancia y adolescencia de nuestro autor. Ni siquiera tenemos la absoluta certeza de que acompañara a su padre en esos traslados. La descripción de un colegio de jesuitas que aparece en El coloquio de los perros, y que parece una evocación de sus años estudiantiles, nos hace pensar que estudió en la Compañía de Jesús.

Con el viaje a Italia de finales del 1569, fugitivo de España por haber causado heridas a un tal Antonio de Sigura, se inician las peripecias de una vida difícil y ajetreada, llena de adversidades. En Roma entra al servicio del cardenal Giulio Acquaviva. Sigue luego la carrera de las armas bajo las órdenes del capitán Diego de Urbina. En 1571 toma parte en la batalla de Lepanto como parte de la armada de don Juan de Austria, donde pelea valerosamente y recibe una herida que le deja inútil el brazo izquierdo. Siempre recordará con orgullo este episodio. Tras restablecerse, se incorpora de nuevo al servicio. Cuando en 1575 regresa a España, su nave es apresada por los corsarios berberiscos, que lo llevan a Argel, donde sufre cautiverio, junto a su hermano Rodrigo,  durante 5 años.

Tras muchas penalidades, es rescatado gracias a la mediación de los padres trinitarios fray Antonio de la Bella y fray Juan Gil. Ya en España, en 1584, se casa con la joven Catalina de Salazar y Palacios. Entre 1581 y 1583 escribe La Galatea. En 1587 se marcha a Sevilla para encargarse del suministro de la Armada Invencible (Comisario de Abastos). Ciertas irregularidades administrativas dan con él en la cárcel de esta ciudad. Cuando en 1604 se traslada a Valladolid, donde está la corte, ya tiene terminada la primera parte del Quijote. Su publicación en 1605 es una auténtica revelación: a sus 57 años cumplidos, al autor se le consideraba un fracasado. En 1606 vuelve a Madrid con la corte. En 1613 aparecen Las Novelas ejemplares; en 1614 Viaje a Parnaso; en 1615 la segunda parte de El Quijote y las Comedias y Entremeses; en 1617, póstumamente, el Persiles y Segismundo. En sus últimos años se concentra su mayor actividad literaria. Muere el 22 de abril de 1616.

Aunque probablemente no llegó a cursar estudios universitarios, era un hombre muy culto, con extraordinaria afición a la lectura. En su juventud fue discípulo en Madrid del humanista Juan López de Hoyos, que imprimió en él la huella del erasmismo. Destacan, por encima de todo, su talante paciente y bienhumorado, lleno de comprensión y tolerancia con la criatura humana, su escepticismo y el humor y la ironía que presiden su visión del mundo, rasgos todos ellos que se traslucen claramente en sus obras.

Cervantes es un hombre lleno de mesura, tolerancia y discreción. Lo que no es frecuente en un hombre de su penetración. Se nos aparece como un hombre bastante aislado de la mayoría de los escritores que acaparan el éxito, e incluso se encuentra enfrentado a varios de ellos. Tal vez por un carácter demasiado serio y reconcentrado, no encontró lugar en el mundo de las letras sino a golpes de genialidad con su Quijote y a contrapelo, como veremos, de muchos. Sin embargo, es admirable su confianza en sí mismo. Al prologar el Quijote de 1605, él sabe que es una obra fuera de lo común. Y es admirable cómo su mundo novelesco se va fraguando, transformando, desde sus inicios hasta el final de su vida, sin desmayo y con pasión, a pesar de sus frecuentes fracasos. Cervantes tuvo dos vocaciones: las armas y las letras. Sintió la atracción de las guerras internacionales de tiempos de Felipe II, y hay que contar siempre con esta vocación, frustrada por heridas y cautiverio, al leer su obra. Pero, como hemos visto, ya desde adolescente se entrega a su gran pasión: la literatura. Y morirá escribiendo y proyectando nuevas obras, e intentando terminar otras. La Galatea es ejemplo sintomático de su modo de realizar su vocación. Publica  la primera parte en 1585, como su primera obra, y la segunda la intenta escribir -tratando de superar la novela pastoril del siglo XVI- durante toda su vida, y, al morir, aún se acuerda de ella y la promete a los lectores, si tiene vida.

No sabemos cómo era realmente el físico de Cervantes. Conocemos retratos de Lope, Góngora, Quevedo, etc. De Cervantes, no. Los varios retratos que circulan como suyos son muy discutibles. El único retrato que conservamos de él es aquel que él mismo escribió al frente de sus Novelas ejemplares, y que nos presenta un Cervantes, ya viejo, detrás del cual aún recuerda al joven.

El Quijote. La obra se publicó en dos partes. Al aparecer la primera en 1605, hubo un considerable revuelo en el mundo literario. Con algunas voces discordantes, como la de Lope de Vega, la opinión general proclamó que se trataba de una obra de excepción. El éxito fue inmediato. En vida del autor se realizaron 16 ediciones y se tradujo al inglés y al francés.

La segunda parte (1615) tuvo que ser concluida precipitadamente porque un tal Alonso Fernández de Avellaneda, cuya identidad se ignora, había publicado en 1614 en Tarragona una continuación de las aventuras de don Quijote. Todo parece indicar que se trata de un pseudónimo. Debe de ocultarse tras él un rival del autor, ya que en el prólogo lo insulta y denigra. Se piensa que quizá pertenecía al círculo de Lope. Cervantes se vio obligado a modificar el plan de su obra para no coincidir con su imitador.

El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha se imprime por primera vez en 1605, aunque hay teóricos que hablan de una hipotética edición anterior fechada en 1604. El editor fue Francisco de Robles y Juan de la Cuesta se hizo cargo de la impresión.

Como era norma entonces, Cervantes presentó al Consejo Real una copia de la obra realizada por un amanuense profesional. Ésta fue enviada a los censores para su aprobación y a la rúbrica del escribano Juan Gallo. Posteriormente se tramitó la petición del privilegio para imprimir, que fue firmado por Juan de Amézqueta el 26 de septiembre de 1604, para diez años en Castilla.

La primera edición madrileña de 1605 contiene numerosas erratas, derivadas del procedimiento de impresión.

Demuestran el éxito dos ediciones publicadas en Portugal en el mismo año de su aparición en España y la salida de una segunda edición corregida. Hasta 1608no apareció una tercera edición. A finales de 1614, Cervantes acabaría la segunda parte del Quijote, y se publicaría a principios de 1615 por el mismo editor y la misma imprenta.

El Quijote resulta un avance tan prodigioso para la novela universal, y su invención y su técnica tan prodigiosas, que la crítica ha buscado desde hace muchos años todos los antecedentes que pudieran ayudar a entender la gestación de este “milagro” literario.

Don Quijote no debe servir más que para dejar claro cómo el autor supera su fuente hasta que alcanza un nuevo valor.

En sentido estricto el Quijote no debe considerarse un libro de caballerías, ya que es una parodia de los mismos. Sin embargo, estos libros sirven de inspiración al protagonista de la novela. Tópicos como el ritual de investidura de armas, la elección de un escudero, el amor a una dama, los combates contra enemigos desconocidos, la intervención de malignos encantadores o el uso de léxico arcaizante son recursos que el novelista emplea a su manera dándoles un sesgo humorístico.

El género de las novelas de caballería logró que permanecieran vivos en el recuerdo modos de vivir, hablar y pensar ya pasados. Constituyeron para los lectores de la época un refugio de la vida cotidiana. Don Quijote lo explica muy bien “…lea estos libros, y ya verá cómo le destierra la melancolía que tuviere y le mejoran la condición, si acaso la tiene mala…”

Menéndez Pidal considera el Quijote como “antagonista de los libros de caballerías”. Sin embargo, Cervantes no ataca el ideal de la nobleza caballeresca sino que nos hace ver cómo choca con la vida cotidiana, pone en evidencia este conflicto entre ideales y realidad.

Martín de Riquer ha recordado ciertas obras que parodian la literatura épica o caballeresca que pueden considerarse precedentes literarios del Quijote. Por ejemplo, con igual intención burlesca, Juan Ruiz, Arcipreste de Hita, parodia los cantares de gesta en el episodio de la pelea entre don Carnal y doña Cuaresma, incluido en su Libro de buen amor, en el siglo XIV.

También el libro de El caballero Zifar es un precedente, aunque de naturaleza diferente, ya que en éste la caballería es algo serio y sagrado. Tirante el Blanco, de Joanot Martorell, escrita hacia 1460 y publicada en 1511 en español, representa para Martín de Riquer un caso distinto. Es uno de los libros que se salvan del fuego en el escrutinio de la biblioteca de don Quijote. Por boca del cura, Cervantes muestra su gran admiración “…por su estilo es éste el mejor libro del mundo…”. Es muy probable que algunos personajes del Quijote se basen en la novela de Martorell. Así por ejemplo, los tipos de Atisidora y de doña Rodríguez basados en los de Placer de mi vida y la Viuda Reposada del Tirante.

Otras cualidades del libro que se reflejan en su obra debieron ser del gusto de Cervantes: el gusto por los refranes, el diálogo coloquial presentado hábilmente, creación de tipos verdaderamente humanos y el contar las aventuras de un héroe de proporciones humanas en una geografía auténtica.

Un claro precedente del Quijote lo hallamos en un episodio del Primaleón (continuación del Palmerín de Oliva), publicada como anónima en 1512 en Salamanca. En uno de los episodios de aventuras caballerescas, un escudero se presenta ante el emperador Palmerín para declarar su amor por una doncella. Ambos son tan feos y extravagantes que provocan la hilaridad de los cortesanos. Es probable que Cervantes conociera esta obra.

El romancero fue otra de las fuentes de inspiración para algunos episodios del Quijote, especialmente en la segunda parte, aunque también en la primera. Por ejemplo, el largo episodio de Sierra Morena se hace referencia a una figura de un romance de Juan del Encina. Algunas de las aventuras de la segunda parte tienen su origen en el recuerdo del romancero. Así ocurre con el del Retablo de Maese Pedro o el de la Cueva de Montesinos.

El argumento del Quijote se organiza en torno a tres salidas de los personajes: dos en la primera parte y una en la segunda. Cada una de ellas tiene un movimiento circular: partida, aventuras y vuelta a casa. Es una novela itinerante, en la que los protagonistas se van perfilando a través de las peripecias que les sobrevienen en su recorrido por tierras de la Mancha, Aragón y Cataluña.

Podemos decir, a tenor de lo dicho, que el Quijote de 1605 es una historia de historias. Se van intercalando en esta obra historias que nada tiene que ver con el hilo principal. El Quijote de la primera parte es, por tanto, manierista. Cada texto intercalado es una modalidad distinta de texto intercalado y un modo distinto de intercalar historias. Así, hallamos un amplio muestrario de los géneros novelísticos contemporáneos (recuérdese que hay también abundantes poemas dentro de la novela). Ejemplo de novela pastoril es la historia de Grisóstomo. Para la historia del cautivo, Cervantes está tomando como modelo la novela morisca y concretamente el Abencerraje, y está creando un subgénero, la novela corta de temas de cautivos. La novela de El curioso impertinente, con su ambiente italiano, los nombres de sus personajes y su conflicto psicológico nos lleva a un tipo de relato muy diverso de aquel en el cual está intercalado. Recordemos también el discurso de la Edad de Oro y el de las Armas y las Letras, excelentes muestras de estilo oratorio.

En la segunda parte hay una casi total ausencia de relatos interpolados. El único existente es “Las bodas de Camacho”. Es un relato de tipo secundario. Pero en la segunda parte abunda otro tipo de interpolación: la epistolar. Se introducen muchas cartas. Son cartas que no se desvían de la trama sino que están subordinadas e integradas en la trama principal.

En lo que a la estructura de la obra se refiere, la segunda parte (la publicada en 1615) es más compacta y unitaria. La genialidad espontánea de 1605 ha sido sustituida por una reflexiva, pero fresca y jugosa, creación sin altibajos.

El Quijote nace como una parodia de los libros de caballerías. La intención del autor está claramente expresada en el prólogo. Para conseguir su propósito, recurrirá a contraponer la realidad con las fantasías alucinadas del protagonista, que interpreta los datos de los sentidos con la clave de las novelas caballerescas. Así, al ver la mole de los molinos de viento, cree que son gigantes; al sentir el vino que destilan los cueros agujereados, imagina que es la sangre de sus enemigos; al notar las miradas maliciosas de Maritornes, le vienen a las mientes las tiernas doncellas que se enamoran perdidamente de los caballeros andantes…

A veces los personajes con los que topa deciden seguirle la corriente. Don Quijote ve confirmado su juego y sigue fabulando y superponiendo a la dura y mezquina realidad de la España barroca las fantasías que ha asimilado en sus lecturas.

La comicidad surge del violento contraste entre los delirios del hidalgo y lo que realmente ocurre a su alrededor. A lo largo de la obra, va cambiando la actitud del novelista. Primero solo se propone ridiculizar a un loco que se cree caballero andante en pleno siglo XVII; pero, a medida que avanza la acción, le toma cariño y va dibujando los aspectos positivos del loco idealista que es don Quijote.

Una parte del Quijote ridiculiza el estilo pomposo y altisonante de los libros de caballerías, amontona retruécanos, arcaísmos… Se trata de una parodia. Pero, en general, como suele ocurrir en la prosa cervantina, es un prodigio de equilibrio y naturalidad. Aunque nuestro autor usa a menudo periodos largos, tienen siempre un desarrollo lógico, armónico y sin mayores complicaciones sintácticas. Su estilo es cuidado y elegante, pero no vacila en dar cabida a las expresiones propias del lenguaje coloquial.

Cada personaje presenta unos rasgos lingüísticos que lo definen. Especialmente interesante resulta la caracterización de los protagonistas. Don Quijote emplea distintas jergas según la circunstancias. Cuando se encuentra en su papel de caballero andante, usa un lenguaje arcaico y disparatado, aprendido en las novelas; si la conversación no roza temas caballerescos, se expresa en la lengua coloquial de su tiempo. El habla de Sancho, salpicada de refranes y dichos populares, es expresiva y vivaz, como la del resto de los personajes realistas de la obra. La de los que intervienen en las historias marginales es más artificiosa.

Cervantes declara sus principios estilísticos en el prólogo: la naturalidad (a la llana) la propiedad (palabras significantes) la sintaxis adecuada (palabras bien colocadas) el ritmo (periodo sonoro y festivo) la claridad (sin intricarlas y oscurecerlas).

La multiplicidad de estilos, niveles y usos lingüísticos manejados por Cervantes (caballeresco, amoroso pastoril, oratoria renacentista, niveles culto y popular, palabras procedentes de ámbitos muy diferentes) constituye uno de los rasgos más evidentes de la obra, es la “polifonía lingüística”, dice Lázaro Carreter.

Esta polifonía se va haciendo más compleja en el transcurso de la novela y se concreta en la presencia de una gran variedad de estilos orales y escritos propios de la época. Con todo, el estilo más empleado es el oratorio. Pero don Quijote usa otros tonos idiomáticos, desde el propio de la sencillez campestre hasta el de la emoción directa. La caracterización lingüística de Sancho es, en opinión de Lázaro Carreter, uno de los grandes éxitos de Cervantes. Uno de los rasgos que identifican esta figura son los refranes. Sin embargo, este procedimiento es acumulativo ya que Sancho empieza a utilizar abundantes refranes justo después de la conversación que mantiene con su mujer en el capítulo V de la segunda parte.

Hay que sumar su extraordinario valor como narrador, destaca la creación del diálogo, componente fundamental y estructural del Quijote. Se produce una dramatización del arte de narrar y con ello el nacimiento de la novela moderna.

La intertextualidad es otro rasgo de la modernidad de Cervantes. La elección de la parodia es una de sus concreción es, pues en este género las revelaciones intertextuales son más transparentes y localizables.

El Quijote es en muchos sentidos la primera novela moderna. Su estilo lleno de comparaciones, hallazgos léxicos, metáforas y figuras del lenguaje le dan una gran capacidad sugestiva. También el humor tiene un papel estructurante si tenemos en cuenta que la obra se plantea en principio como una parodia.

La crítica ha prestado atención a una frase del prólogo del Quijote de 1615 y la ha interpretado en el contexto de las diferencias que lo separan del primer libro: “Esta segunda parte de Don Quijote que te ofrezco es cortada del mesmo artífice y del mesmo paño que la primera y que en ella te doy a don Quijote dilatado, y, finalmente, muerto y sepultado”.

En la segunda parte don Quijote se dilata, lo ocupa todo. La proporción del empleo del diálogo es también un rasgo diferenciador, así la obra resulta más dramatizada. En la segunda parte, a Cervantes le interesa menos la acción y la locura de don Quijote, es más discursiva, además muestra una seguridad creativa mayor que en la primera.

Julián Marías habla de una perfecta continuidad entre las dos partes, pero percibe en la segunda un cambio de perspectiva. Cervantes olvida la sátira y la parodia de los libros de caballerías e introduce otros aspectos en la segunda parte.

En la primera parte nadie sabe quién es don Quijote, excepto sus vecinos para los que es un hidalgo honrado y bueno. Don Quijote se va dando a conocer como un loco que a veces razona muy cuerdamente. En la segunda parte ya es una figura pública.

El autor también observa una diferencia en el tratamiento de la figura de Dulcinea. En la primera parte es una convención: el caballero andante necesita una dama, pero en la segunda parte la figura se ha transformado en algo público.

Don Quijote está pendiente de Dulcinea, suspirando por ella, esperando a que se desencante, luchando entre la repulsión que le ha producido la que le ha presentado Sancho y la Dulcinea en la cual cree y la que sigue esperando. En la melancolía que envuelve toda la segunda parte tienen también que ver los episodios que ocurren en la ínsula Barataria.

Nuestro protagonista es un hidalgo que goza de un mediano pasar. “Los ratos que estaba ocioso, que eran los más del año”, los dedicaba a leer libros de caballerías. Poco a poco ese mundo fantástico va apoderándose de su cerebro y cae en la locura de interpretar lo que ocurre en la realidad como si se tratara de una de esas novelas. En ellas encuentra justamente lo que a él le falta: acción, aventuras, amor…

Si don Quijote no tuviera más trasfondo, sería simplemente un figurón cómico. El acierto de Cervantes consiste en haber pintado una criatura sumamente compleja, en la que alternan los disparates caballerescos y la reflexión sensata. Cuando no trata de asuntos relativos a su monomanía, se le admira por su cordura y agudeza.

La hondura del personaje se acrecienta con su bondad. Aunque yerre y resulte ridículo, vemos que todas sus aventuras se encaminan a lo que él considera la práctica del bien y la justicia.

Al principio está convencido de su misión como caballero andante; pero en la segunda parte, precisamente cuando los demás siguen su juego, empieza a agrietarse su fe. La duda da paso al desengaño y, con él, a la muerte.

La técnica narrativa empleada por Cervantes para la configuración del Quijote como personaje no se diferencia en absoluto de las técnicas empleadas por el resto de la narrativa de los Siglos de Oro. En la narrativa del siglo XVII la construcción del personaje está muy cerca de la configuración del personaje en la literatura popular. Tenemos que tener en cuenta que la técnica de configuración del personaje no ha llegado a su madurez. La madurez le llega en el siglo XIX.

La similitud con la literatura popular se basa principalmente en la definición apriorística del personaje y en el mantenimiento del decoro, decoro en el sentido de la preceptiva clásica (coherencia entre lo que los personajes son y lo que parece), es decir, en toda la narrativa barroca tenemos un protopersonaje.

En lo que se refiere a la configuración física del personaje, la construcción del personaje teatral y del personaje novelesco son similares, parten de la misma técnica, de la misma intención. En este sentido, tenemos que recordar que el personaje teatral en el siglo XVII se construye a partir de una idea clara y fundamental: la configuración metonímica. Con esta configuración lo que se pretende es que el personaje, a partir de un solo dato, por ejemplo, sea reconocible. Estos datos se refieren a la vestimenta y al gesto. El personaje del teatro y el de la novela son reconocibles inmediatamente con su sola aparición por todos los receptores, que están inmersos en un código de signos gestuales y físicos que permiten reconocer a los personajes.

El personaje de don Quijote responde básicamente a esta construcción. Pero hay una variante, un matiz original en Cervantes y que da sentido a la obra. Don Quijote no es don Quijote durante toda la obra. Hay un personaje que se llama Alonso Quijano, que ocupa las primeras líneas de la novela. Luego está el nudo novelesco, donde el protagonista es don Quijote. Y al final vuelve a aparecer Alonso Quijano. Podemos decir, por tanto, que don Quijote muere dos veces. Muere cuando se vuelve Alonso Quijano -muere Don Quijote, el personaje- y muere después, cuando muere Alonso Quijano -muere el hombre-.

Alonso Quijano es sólo un tipo social. Cervantes lo dice muy claro y lo dibuja en las primeras líneas de modo metonímico. Es un tipo social prácticamente anónimo. No se sabe ciertamente su apellido. Con esto está realzando su calidad de tipo novelesco. No lo individualiza. Puede ser cualquier hidalgo de mediana edad con algo de hacienda, que llevó una vida vegetativa y mantiene la apariencia de clase social que se impone en la época. Ahí aún no existe don Quijote. La novela comienza cuando nace don Quijote. Es decir, comienza como el Amadís, como el Lazarillo, etc., con el nacimiento del protagonista. Cervantes sigue, punto por punto, el Amadís. Está tomándolo como modelo. Ya hemos visto como cuando el cura y el barbero queman los libros de caballerías de don Quijote, no queman el Amadís al considerarlo el mejor de todos los libros de caballerías que se ha compuesto y único en su arte. Don Quijote no nace en el momento de ser engendrado en un lugar convencional y significativo ni tiene unos padres convencionales y significativos. No sucede como con Amadís, que cumple el mito según el cual el bebé, por el lugar en que nace y por los padres que tiene está predestinado a ser un héroe. Cervantes crea un nacimiento artificial. El personaje nace porque un hidalgo anónimo, entradísimo en años, decide en un acto de libertad, en un acto voluntario y gratuito, ser personaje, ser caballero andante. Según Avalle-Arce la existencia de don Quijote es la consecuencia de que una persona anónima decida hacer de su vida una obra de arte. Lo que hace Alonso Quijano es lo mismo que haría un pintor de la época, imitar. Así como el arte es mimesis de la naturaleza, así don Alonso Quijano quiso hacer mimesis de las novelas de caballerías. Alonso Quijano se comporta como un presunto artista que imita, no ya la naturaleza, sino otra obra de arte, las novelas de caballerías y, fundamentalmente el Amadís, en varias dimensiones:

–        En el espíritu (valeroso con los enemigos, generoso con los pobres…).

–        En la conducta (acciones).

–       En la configuración física. Cervantes sigue usando la configuración metonímica. Pero lo original aquí está en que es el propio hidalgo quien se define a sí mismo con una configuración metonímica. Alonso Quijano se construye las armas, se hace con un caballo tardando 4 días en ponerle nombre, se pone nombre a sí mismo tardando 8 días en hacerlo. Y por último, piensa en quién será su dama. Tenemos, por tanto, una construcción absolutamente convencional (la configuración metonímica) y, sin embargo, está rompiendo toda la configuración tópica del género porque no es Cervantes, no es el escritor quien configura al héroe (que es lo que sucede en las novelas de caballerías) sino que es el propio hidalgo quien lo hace. Cada una de las acciones de don Quijote se manifiesta como un acto de voluntad gratuita, como un acto de libertad. Imita a Amadís, pero lleva a cabo sus acciones de modo gratuito. En Amadís hay una causa, una experiencia que provoca una acción. Por ejemplo, Amadís hace penitencia por el desamor de Oriana,  pero don Quijote hace penitencia en Sierra Morena porque cree que es el momento adecuado y porque así lo hizo Amadís. Dulcinea no ha causado ese desamor. Vemos las mismas acciones que en el Amadís, pero sin causas previas. Aquí reside la parodia.

Por lo que a Sancho se refiere, tradicionalmente se ha visto en él un contrapunto de don Quijote, tanto en lo físico como en lo moral. Eso es una simplificación de un personaje mucho más rico y complejo. Cierto que se muestra más realista y materialista que don Quijote, pero en ocasiones es también ingenuo y se ilusiona con las mismas fantasías que el hidalgo.

Cervantes en un principio se propuso pintar un buen hombre, “con muy poca sal en la mollera”; pero, lo mismo que ocurrió con don Quijote, fue ahondando progresivamente en su talante y descubriendo nuevas perspectivas. Sancho no es arrojado, pero tiene el valor suficiente para no dejarse atropellar. Es iluso, pero, al mismo tiempo, escéptico y realista. Las quimeras de su amo lo tienen en un constante titubeo: tan pronto piensa que son sandeces como cree en los beneficios que le van a reportar. En estas facetas contradictorias se refleja con singular acierto la condición dual del ser humano.

A lo largo del relato, Sancho se va contagiando de la mentalidad de don Quijote y de su forma de hablar, fenómeno que también se produce en sentido inverso. Al final, cuando el hidalgo está ya desengañado, es su escudero quien lo anima a segur sus aventuras.

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Don Quijote y Sancho. Los dos héroes alcanzan un sentido trascendente, no sólo por las ideas que encontramos en el libro, sino por el valor simbólico que encarnan y reflejan en actitudes humanas diferentes. Son dos grandes mitos de la literatura universal porque en sus modos de ser vienen a resumirse todas las actitudes humanas posibles.

La universalidad está perfectamente integrada en existencias individuadas y personales. Ambos se presentan como personajes concretos que viven problemas trascendentes, pero no han sido creados para demostrar ninguna tesis.

Don Quijote trasciende la simple función de provocar efectos cómicos y la mera sátira contra los libros de caballerías, según Francisco Ayala. La ficción de la locura introduce un factor de organización de la imaginación del héroe. “Su objetividad quimérica, en contraste con la realidad no es ocasional o cambiante, sino firme y articulada dentro de una estructura”.

Mediante el artificio de la demencia, don Quijote hace suyo un orden histórico decaído y pretérito, al que se halla vinculado socialmente como hidalgo que es.

Don Quijote se eleva por encima de esa condición social para enfrentarse a la sociedad con un proceder basado en el ethos caballeresco.

El resultado de este enfrentamiento es el encontronazo con una sociedad desconcertada e incapaz de vivir el ethos caballeresco, pero que aún no ha aceptado la vida burguesa que se extiende por toda Europa (s. XVI).

Los más frecuente es que Don Quijote perciba un aspecto de las cosas y los demás personajes, y nosotros, otro.

El hondo valor humano del libro procede de la dialéctica entre duda y fe.

Cuando Don Quijote revela a Sancho que Dulcinea es una criatura que procede de su imaginación se aventura sin miedo por el plano de la realidad, pero Cervantes apunta agudamente la inhabilidad de nuestro caballero en sus trotes por tan bajo nivel. La fe de don Quijote debilitada tiene que poner en marcha constantemente su inventiva, por ejemplo, en la cueva de Montesinos dice “No se pueden ni deben llamar engaños los que ponen la mira en virtuosos fines”.

Los rasgos que observamos en Sancho Panza tienen su origen en la tradición folclórica, tanto lingüísticamente (rusticismos) como en las fórmulas narrativas (“Érase que se era”).

Pero Sancho y don Quijote son también un caso de paralelismo. Los dos son hombres de “abundantes bienes de razón”, (intelectuales Quijote – empíricos Sancho), que en un momento de sus vidas pierden el equilibrio guiados por una poderosa ilusión (Dulcinea para Quijote – poder/gobernador de la ínsula para Sancho).

La quijotización de Sancho responde a la afinidad espiritual, entre ambos existe mutua atracción y aproximación. Sancho sufre una pérdida gradual del buen sentido común y entra en el mundo de la fantasía atraído por el señuelo de la ínsula.

Este proceso de simbiosis culmina con el efecto contrario, el acercamiento de don Quijote a Sancho, como consecuencia del peso de la realidad. Para Madariaga, la aventura del encantamiento de Dulcinea supone el comienzo de la decadencia del héroe. Ambos comparten el mismo mundo pero desde perspectivas diferentes.

Sancho se pasa la novela transitando entre dos mundos, el de la cordura y el de don Quijote. El final del libro expresa una paradoja. “Se invertirán en cierto modo los términos y cuando don Quijote recobra la cordura y vuelve a ser Alonso Quijano, Sancho no se consuela de ello, es fiel a ese espíritu de la caballería, se ha quijotizado”, ahí está la clave de esa extraña pareja, según Julián Marías.

Otros personajes. La gama de secundarios es prácticamente inagotable. Entre ello, Francisco Márquez Villanueva destaca la creación de Dorotea, una heroína que es andaluza y no por casualidad, pues con ella Cervantes busca la expresión del genio de Andalucía.

Por otro lado, la historia de la princesa Micomicona no es sino una trasposición de la historia real de Dorotea, pues ambas han sido desposeídas de su reino amoroso por un gigante social.

Madariaga opone el carácter de Dorotea, que representa la listeza, al de Cardenio, símbolo de la cobardía y del loco amor. Estas diferencias se manifiestan incluso en sus propios discursos.

Otro personaje es el caballero de Verde Gabán, que se dibuja con rasgos paralelos y diametralmente opuestos a los de don Quijote. En él predomina la cordura, esto es un artificio para resaltar la demencia de don Quijote. Por otra parte su curiosa indumentaria llama la atención, pues en la época la ropa de colorines era propia de locos y bufones. Descubrimos que el personaje ha sido creado para hacer reír. Es la encarnación de una paradoja: el aparente dechado de cordura se nos presenta vestido de loco.

Sus contemporáneos vieron en el Quijote una novela eminentemente cómica y divertida en la que el autor ridiculiza el género caballeresco. Con el Romanticismo, llegaron las interpretaciones trascendentes, que ven al protagonista como un símbolo. El ingenioso hidalgo pasó a representar el heroísmo, la entrega, la generosidad sin límites e incluso, según ciertas lecturas, el espíritu español en su vertiente idealista. Se le ha rodeado de un halo mesiánico, de forma que el que nació como personaje desmitificador se ha convertido en mito, y con ello corremos el riesgo de perder el placer esencial de la lectura directa.

No creemos necesario recurrir a esas interpretaciones para comprender la grandeza de la creación cervantina. Basta como atractivo la comprensión de unos seres tan complejos y entrañables como don Quijote y Sancho. Nada más jugoso que vivir los mil matices de su psicología. Lo verdaderamente nuevo y revolucionario es ese acertado juego de ironía y simpatía en que se sustenta la más genial creación humorística de todos los tiempos.

A ello hay que añadir la extraordinaria pintura de la España contemporánea y la incomparable riqueza lingüística del texto.

Las interpretaciones. Don Quijote y su mundo. Francisco Rico (1990) habla de que en la gran capacidad de la novela para sugerir interpretaciones diferentes se halla el valor más universal de la obra.

El Quijote tuvo cierto éxito cuando se publicó, pero siempre por debajo de obras como La Celestina o Guzmán de Alfarache, y no llegó a alcanzar la popularidad de otras obras hoy olvidadas.

En el siglo XVII fueron los rasgos más cómicos los que llamaron la atención.

Escritores como Tirso de Molina o Gracián apreciaron en el libro el mérito de ser una invectiva contra los libros de caballerías. Esta lectura podría bien acertar con uno de los propósitos de Cervantes, quien en unos versos de El viaje del Parnaso muestra orgullo por haber escrito un libro de pasatiempo: “Yo he dado en Don Quijote pasatiempo / al pecho melancólico y mohíno, / en cualquiera sazón, en todo tiempo”. En el siglo XVII no reconoció la obra como un clásico, a ojos de sus contemporáneos tenía aire de ligereza e intrascendencia. De más éxito y reconocimiento gozó en Francia e Inglaterra.

El siglo XVIII supuso que la Real Academia patrocinara una edición (1780), con prólogo de Vicente de los Ríos titulado Análisis del Quijote, y convierte la obra de Cervantes en texto sagrado de la literatura española.

“La excepcional fortuna del Quijote en el resto de Europa es un elemento básico para comprender que en España se convirtiera en un clásico nacional», dice Francisco Rico.

Un paso definitivo en esta profundización en el verdadero contenido de la obra lo lleva a cabo José Cadalso, que en Cartas marruecas decía por boca de Gazel “…El sentido literal es uno y el verdadero es otro muy diferente […]. Lo que se lee es una serie de extravagancias de un loco que cree que hay gigantes, encantadores, etcétera, algunas sentencias en boca de un necio y muchas escenas de la vida bien criticada; pero lo que hay debajo de esta apariencia es en mi concepto un conjunto de materias profundas e importantes”.

En el siglo XIX encontramos la edición de Diego Clemencín (1833‐1839), quien manifiesta una visión antihistórica sobre la pureza del lenguaje y el respeto a las reglas. En las notas a pie de página va localizando supuestas incorrecciones, errores gramaticales y torpezas estilísticas. Esto no quedará absolutamente rebatido hasta la publicación de El pensamiento de Cervantes de Américo Castro.

La lectura romántica del Quijote, que ha perdurado hasta hoy está representada por la lucha entre lo real con lo ideal. La fuerza de la interpretación romántica es la causa también de la conversión del protagonista en símbolo de España.

Américo Castro trata de romper con los arquetipos de cierta crítica anterior que anteponía don Quijote a Cervantes, considerando a éste como un autor irreflexivo que no fue consciente de la trascendencia de su propia creación.

Julián Marías afirma: “Cada época, acaso cada generación tiene que leer a Cervantes desde su propia situación, con su perspectiva irreducible a otras. […].

Cada época aísla y subraya ciertos aspectos, elementos o temas, posterga u olvida otros. Por eso se puede siempre volver a la obra clásica: en eso consiste su clasicismo.”

Se suele pensar que la historia de Don Quijote es la novela de un loco. Y no es así, exactamente: es la novela de un hidalgo cuerdo que se vuelve loco una temporada, no larga, de su vida y recobra la razón antes de morir.

Lo primero que llama nuestra atención es la edad del hidalgo. Frisaba en los cincuenta años hacia 1600, es decir, tenía la misma edad generacional que Cervantes; pero sus vidas tienen derroteros totalmente distintos. No es extraño, pues, que nuestro hidalgo llegue a su primera vejez con la sensación de un tremendo vacío. Pudo hacer lo que Cervantes -viajar, luchar, amar, estudiar, escribir- pero todo lo ha cambiado por una vulgarísima aurea mediocritas, poco embellecida, dado el hábitat de ese lugar de la Mancha. Nada raro es, pues, que Don Quijote se refugie en la lectura, intentado huir de su pesada y monocorde realidad.

Entre el hidalgo cuerdo y el enfermo cuerdo que muere, está colocado el héroe de la novela.

Y nuestro personaje hoy es un mito. Gente que no ha leído la novela, usa su simbolismo en la vida diaria. Mucha gente sin cultura no sabe si existió o no. Los pintores, escritores, músicos de otros siglos han creado, no un Quijote, sino el Quijote de cada siglo, de cada generación, de cada escritor.

La llegada del siglo XX no frenó el uso de la figura de Don Quijote como referencia e inspiración. Son muchos los autores que han echado mano del famoso caballero para hablar de la situación de España en cada momento de nuestra historia, siendo ejemplos de ello Miguel de Unamuno y José Ortega y Gasset con sus obras Vida de Quijote y Sancho y Meditaciones del Quijote, respectivamente.

Pero no sólo en la literatura o la filosofía, el siglo XX también llevó la figura de Don Quijote hasta el séptimo arte: el cine. Países como EE.UU., Francia, Israel, Brasil, Dinamarca, Italia, Finlandia, e incluso en la antigua URSS, sin olvidar España, cuentan con filmografía sobre el ingenioso hidalgo de la Mancha. Y más allá de esto, encontramos también ediciones de Don Quijote en tebeos, novela gráfica, y en cine de animación o series para la televisión, como son Quijote y Sancho o Donkey Xote -en la que se cuenta la historia desde la perspectiva de Rocinante y Rucio, visto en el capítulo XII de la segunda parte de la novela original. Es más, redes sociales como Facebook, Twitter e Instagram tienen cuentas sobre el autor y su obra.

Cervantes, creador de la novela moderna, inspirador de generaciones posteriores y uno de los estandartes de la cultura española y de nuestra lengua -no podemos olvidar que es el Instituto Cervantes la institución que lleva el español a casi todos los lugares del mundo-.

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En constante búsqueda de todo. Cada cosa en su justa medida. https://elrincondesofista.wordpress.com/ https://elrincondesofista.wordpress.com/experimentos-literarios/

Un comentario sobre “400 años que nos falta Don Miguel, Don Quijote sigue llorando

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