«El tránsito del siglo XIX al XX, a pesar del renacimiento del idealismo, es época de ateísmo y de increencia en todo el mundo. El «Dios ha muerto» nietzscheano se encuentra en la mayoría de los hombres del 98 de una o de otra manera. (…) Pero si el ateísmo de estos escritores puede deberse a la crisis general de la época, su posición ante el cristianismo viene mediatizada indudablemente por la lectura de Nietzsche. (…) En anteponer la Vida a la Razón estaba la intrínseca anarquía de todos ellos. Unamuno es quien da a esta común aspiración el desarrollo más filosófico y las formulaciones más categóricas: mentira vital, locura quijotesca, el sueño es vida, las verdades deben decirse cuando más inoportunas, dara cada uno lo mio, fe en lo que sea, sentimiento trágico de la vida como agonía entre lo vital y lo racional. (…) Si los modernistas, para eliminar la «moralina», recurrían a una mezcla blasfema de misticismo y carnalidad, los noventayochistas apelan a la dureza aprendida de Zaratustra. (…) Cumbre de la nueva moral y de la nueva voluntad de poder es el superhombre (…) Unamuno, pese a su reacción contra Nietzsche, no se fatiga de proyectar variantes del superhombre: el cristiano perfecto, el hombre nuevo, Apolodoro Carrascal (variante paródica), Don Quijote, Cristo mismo (…) Y literariamente, a favor del influjo de Nietzsche el horizonte español experimentó, sin duda, ensanche y alteraciones de importancia. Con Unamuno y Machado la poesía se hizo meditativa y trascendente. (…) La prosa se enriqueció con formas ensayísticas y aforísticas de gran novedad y atractivo, y por un camino se fue haciendo evangélica, patética, sacerdotal, hasta configurar un lenguaje político».
Nietzsche y los escritores del 98, en Nietzsche en España, por Gonzalo Sobejano.